Nostalgia y memoria

ventanaImagen de Héctor Gonzalez de Cunco, fotógrafo chileno. 

Tuve un arranque de nostalgia grande y maravilloso. Fui víctima de uno de esos viajes del alma por la memoria que rozan la imaginación donde todo puede volver a suceder, reinventarse, magnificarse. Estaba en una videollamada con mi padre. Él había comprado y leído el diario de cabo a rabo, ya había seleccionado las noticias y las columnas que iba a compartir conmigo. Yo ya me había servido mi té, así que ambos estábamos listos: él leería y yo escucharía. Primero me leyó un reportaje que le hicieron al antipoeta Nicanor Parra, quien a sus 101 años de vida aún recibe visitas, sale a pasear y se dedica a bromear con la picardía de siempre. Nicanor para mí es tan especial, tan grande, tan único, que una lectura que lo involucre siempre me pone alerta, abre mis antenas y me hace recibir todos los estímulos con gracia y frescura.

Ahí estábamos ambos sentados frente a la computadora, cuidando una tradición que nació cuando yo aún era un bebé y papá llegaba del trabajo a leerme historias. Hoy puedo seguir oyendo a mi padre y recordar momentos juntos: a los cuatro años, aún no sabía leer, pero papá ya me leía las selecciones del Reader’s Digest; a los 7 leíamos poesías de Gabriela Mistral; a los 12, a los 15, a los 20. Por teléfono, por internet, en persona, por carta. La tradición nunca ha querido romperse.

El día más especial fue cuando me dejó leer sus escritos. Ya no era él leyéndome a otros artistas, era él presentándose ante mí como un artista. Como un poeta, como un narrador, como un padre que le ha transferido a su hija el más bello de los pasatiempos: el cultivo de una relación con las letras.

Hace unas noches la nostalgia me llenó, la memoria me invitó a pasear y tuve miedo de perder mis recuerdos. La memoria nos constituye, nos hace ser quienes somos. No podríamos vivir sin los recuerdos que nos han entregado identidad y nos afirman cuando los pies tambalean sobre esta tierra en movimiento. Quisiera nunca perder los recuerdos, pues una vez que mi padre ya no esté para leerme el diario, me quedarán esos recuerdos que prolongarán nuestro romance. Son los recuerdos los que permiten que la gente no muera y se convierta en leyenda. Algún día seremos leyenda, decía el poeta Jorge Teillier. Cuánta razón. Por eso cuidar la memoria es primordial, aunque creamos que no la necesitamos porque todo está en memorias externas o en internet, la memoria íntima y personal es primordial para no flaquear, para no soltar el hilo de belleza que nos une a la vida.

 

Ciento sesenta y siete

Tengo ganas de llorar y no lloro
Tengo ganas de amar y no amo
Tengo ganas de luchar y no lucho.

No soy el tipo de sujeto que pone al verbo en acción
Voy como sujeto herido
sin predicado y con verbo inactivo.

*

Es como si el alma se me constriñera
y me duele algo
No sé qué me duele
pero siento en la hondonada de mi ser
el rotundo desgarro
de la unión entre vida y muerte.

*

Sufro en el abismo
de un amor que no estoy 
capacitada para recibir
mucho menos para corresponder. 

El desierto a veces florece

atacama flores 4

El espectáculo del desierto florido en Chile es único en su especie y es, para mí, la más hermosa manifestación de que la esperanza no debe perderse. En mi parte del desierto de Atacama la gran aridez no permite que se desarrolle este milagro, pero eso no me incita a olvidar que aquí se dan otras bondades y que un milagro no deja de serlo cuando yo no puedo verlo. Lo es de todas formas.

La relación de Chile con el desierto es importante, estrecha, humana, tierna. Le tememos al desierto pero su belleza nos obliga a amarlo sin mayores vacilaciones. Esa misma relación se da con el mar. Yo, que nací en medio del desierto, no imagino mi vida sin la íntima relación que llevo con el mar prácticamente desde que nací. Es que aquí nadie es indiferente al mar, todos desde muy pequeños somos instruidos a amar al mar como a uno mismo. No importa si no te bañas, si no pescas, si no tomas sol en la arena, si no comes comida marina; el mar siempre tendrá una preponderancia inconmensurable en tu vida que, dicho sea de paso, se desarrolla sin tregua entre mar y cordillera. No hay mucho donde elegir.

Hace unos días supimos de una terrible noticia que nos duele demasiado: 337 ballenas Sei fueron halladas varadas y muertas en las costas de la Patagonia chilena. ¿Cómo no nos va a causar un profundo dolor esta noticia cruel y dura que deja entrever que algo muy feo debe estar sucediendo en nuestras costas? Claro, no nos lo cuentan. De hecho trataron de hacer miles de maniobras para que esta noticia no saliera a la luz. Por suerte no lo lograron, hoy lo sabemos y no lo podemos aceptar.

Ahora se preguntarán ustedes: ¿qué tiene que ver el desierto con las ballenas? El título y la referencia nacen de un hermoso programa de radio para ver llamado El desierto florece, que se transmite en radio e internet cada jueves, y cuyo último capítulo fue dedicado a las ballenas. En este programa, Cristián Warnken, su conductor, hace un grandioso homenaje desde las letras a las ballenas, las caídas y las que aún podemos permitirles vivir. Les recomiendo enfáticamente que lo vean para encender esa mechita de humanidad que nos posibilita conmovernos profundamente.

Por desgracia este programa radial también se acaba. Así las malas noticias suman y siguen. Pero como dijo Cristián en su columna semanal, nos quedamos con los ojos puestos en ese desierto que cada año con mucho coraje florece y regala escenarios únicos. Porque somos valientes también y aunque el mundo se caiga a pedazos, seremos optimistas, nos abrazaremos a la utopía, guardaremos la esperanza y volveremos a ver ese desierto florecer y esas ballenas cantar.

5 veces 5

descarga

Hace unos días estuve celebrando 25 años de infancia y todavía me estoy reponiendo de ello. No solo por el abuso de ciertas libertades y el escaso tiempo de descanso, sino también por la abrumadora nube de palabras que me llegan con demasiada prisa y aún no me permiten despertar del todo de aquel sueño, de aquel extraño suceso de que un día eres alguien que representa un número y al otro día ya no lo eres más. Y lo que es peor: nunca más podrás serlo. Nunca más serás 15, ni 18, ni 21…

Qué cosa esto de los números y las letras. A mí la verdad es que nunca deja de maravillarme esta locura de estar al antojo de esos signos, somos comandados por ellos, no hay duda. Eso lo siento más en los cumpleaños y otras fechas especiales cuando las palabras se repiten, las oraciones se convierten en fórmulas escritas años atrás, repetidas miles de veces, manoseadas por tantos. Me cuesta creer que algo tan utilizado siga cargando un significado abrumador y sobrecogedor.

Hoy soy veinticinco. Un cuarto de siglo. Hoy soy Cristal, 25 años, ciudadana del mundo, algo fracasada, bastante feliz, sonrisa amplia, broma ágil, de padre y madre esforzados, de hermanos y hermana tendientes a la desgracia, de sobrinas y sobrino corazón de dulce de leche, de amigos varios, de amantes pocos, de besos furtivos, de charlas prolongadas, de libros tesoros, de sueños cumplidos, de sueños por cumplir.

Veinticinco años de infancia no son nada. Nada cuando miro la infancia de mi abuela, cuyo fin se dio a los 85 años sin parar de reír y saltar; se lanzó a los brazos de la muerte con fenomenal parafernalia y no  murió del todo. Es leyenda en mí, su infancia eterna ha de permanecer mientras dure la mía.

Veinticinco años de infancia no son nada.