Nunca he contemplado la idea del suicidio y no tengo muy claro por qué. Realmente soy una gran y verdadera outsider. No pertenezco a ningún grupo social, religioso, filosófico, político, etc. Pero aun así, no quiero abandonar esta vida. Quisiera vivir mucho, ser detractora, ir contra la corriente, que todos me señalen con el dedo, que todos me crean loca.
Hace un tiempo leí Mis documentos de Alejandro Zambra y me gustó mucho una de sus frases: “Qué estupidez: querer vivir más como si fuera, por ejemplo, feliz”. Me gustó y me dio risa porque es tan cierta. Nadie es feliz en este mundo y casi nadie quiere morirse. Qué ironía más grande. En realidad no sé qué saco con querer vivir muchos años, pero sí sé que quiero una vida larga y ridícula. Una vida que nadie quisiera repetir, una vida grotesca que muchos admiren pero a la vez les avergüence. Ser una especie de Sid Viciuos con una pizca de Frida Khalo, Milan Kundera, el protagonista de El Extranjero y algo de Buckowski. Probablemente al final de mis días no haya logrado nada. Quizás me vuelva tan convencional que termine muriendo de aburrimiento mientras cocino la comida para una familia que me ignore y sólo se acuerde de mi existencia cuando necesite algo. Tal vez me muera queriendo vivir más como si fuera, por ejemplo, feliz.