Alguien me dijo: tarde o temprano todos terminan decepcionándose de Heidegger. Eso me tiene muy inquieta porque me he pasado unos días de ensueño leyendo con esa adrenalina que se apodera del cuerpo, del alma cuando la lectura interpela y conmueve. Pero me acecha ese malvado mensaje que me envío un egoísta sin permitirme siquiera caer en el amor antes de romper la ilusión. Es como si estuviese casándome y justo ante el altar los dioses sentenciaran: serán felices mientras dure pero tarde o temprano dejarán de amarse.
No me he decepcionado de Heidegger aún, pero me agobia la idea de que en algún momento me abandone este olvido del mundo que permite que las horas pasen volando y no precise más que empaparme de letras.
No se preocupen, no estoy obsesionada. De cuando en vez me tomo descansos y me voy a otro cuarto a leer a Juan Villoro. Quisiera devorarme con avidez los textos, como lo hiciera el mítico Rain Man cada día de su vida. Qué bellas se tornan las jornadas que te permiten leer y maravillarte del milagro de que las letras existan y los seres humanos se hagan a partir de ellas. No entiendo cómo puede haber gente que vive tranquila en este planeta negándose el placer de leer…
Es abrumador de pronto, lo sé. Pero debe serlo. La vida no debiese sucedernos como algo trivial pues el arte de llevar una existencia a cabo en la inmensidad del universo no es sino el más magnífico trabajo que se nos pueda encomendar… y poder tomar consciencia de ello es un regalo invaluable.
Por eso ahora mismo presionaré el botón publicar y volveré a Villoro o a Heidegger. Continuaré mi viaje, viviré las vidas posibles de una lectora que siempre está dispuesta a una nueva aventura, a una nueva conmoción, a una nueva teoría, a una nueva decepción.