Fui a La Paz. Siempre me hace feliz visitar esa caótica y horrenda ciudad a la que admiro como una niña que por primera vez siente un algodón de azúcar deshacerse entre paladar y lengua. Esto no tiene nada que ver con lo que diré a continuación, sólo quería contarles que fui a La Paz, que por la noche tras mi ventana vi las luces de la ciudad alejarse y me prometí regresar pronto, que comencé a extrañarla en ese mismo instante y que aún no termino de asombrarme ante la maravilla de que tanta gente haya sobrevivido a la rudeza de Los Andes. La Paz es una ciudad increíble, llena de contrastes y sorpresas… pero no quiero hablar de ello ahora, sólo quería decir lo que ya he dicho antes: fui a La Paz.
Lo que me trajo de regreso aquí es que hace unos cuántos sábados pinté la cocina de mi casa con la esperanza de que el nuevo color de las paredes me alentara a escribir más. Han pasado al menos cinco sábados y no he escrito más que siete páginas en el cuaderno de anotar. Todas han sido redactadas en plazas públicas de la ciudad, ninguna en la cocina resplandeciente. Es que estoy con mucho cansancio, poco tiempo libre y mucha lectura. Todo lo que me quita el tiempo de escritura es apasionante, pero extraño escribir con la regularidad que purgaba mi espíritu y me agobia saber que la nueva tonalidad de la cocina no ha causado en mí el efecto esperado.
La cocina sigue sin ser estrenada. Ahora estoy escribiendo desde la biblioteca a la cual no puedo asociarme por no cumplir con uno de sus requisitos odiosos: no tengo un pariente directo en esta ciudad que me sirva de aval. Quiero leer los libros que hay aquí, pero me cuesta pasarme las pocas horas libres viajando hasta estas instalaciones para encontrarme cara a cara con mi autora favorita. La literatura siempre ha sido para mí un amor no correspondido, quizás sea hora de aceptarlo y dejar de añorar la escritura que no me fluye y la lectura que siempre encuentra excusas para alejarme.
Como si todo lo anterior fuese poco, he abandonado la blogósfera porque no he encontrado tiempo de calidad para dedicarle a mis blogs favoritos. Espero también haber sido extrañada, si no esta entrada carecería de sentido y sólo le estaría explicando esta prolongada ausencia a esa parte de mí que cada día recuerda con nostalgia los paseos por cada blog.
En fin, quizás este no sea un regreso definitivo, pero sí es una señal: la cocina será estrenada algún día y la ausencia llegará a su fin definitivo. Por ahora sólo resta soñar.
Pues sí, ya se te echaba de menos…
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Gracias! Realmente he extrañado tus entradas bailables y cantables!
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Por si te sirve, yo también te he echado de menos. A veces es necesario abonar la tierra para que vuelva al producir: con lectura o con la vida misma.
Espero que es trenes pronto tu cocina.
Besos
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Gracias, linda!! He extrañado tus historias cotidianas e hilarantes. Y sí, sirve que me extrañes, me impulsa a seguir buscando las palabras escondidas en mi remozada cocina. Gracias por pasar!!
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El silencio hendía el vacío de lo que se deja pero no se abandona, como si todos se hubieran ido sin perder la intención de volver.
Saludos.
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Qué bello, Andrés. Resulta tan enigmático ese irse sin perder la intención de volver…
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Hi Llave de Cristal.Hope you find that writing passion again. Thank you for liking my poem “Encounter!” Peace and Best Wishes. The Foureyed Poet.
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Se extrañan las palabras sinceras y bien hiladas en la blogosfera, y una sastre que sepa darles color como tú. La Paz es una ciudad sorprendente, con las combis y las cuestas, los cholos y las cholas, la anarquía ordenada… Un abrazo.
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Anarquía ordenada, qué mejor forma de definir a La Paz..
Extraño también tus periplos, tus fotografías que tanto tienen que decirnos sobre tus pasos por el mundo. Espero pronto darme una vuelta por tu sitio para retomar tus aventuras.
Un abrazo de regreso
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